Kalimario
domingo, noviembre 20, 2005
  Moscas como margaritas negras

Primer Premio III Concurso Guadalmesí de Poesía, 2001

Margaritas ahogadas por la orilla, borde huraño del altar calpense,
como alas de fragilidad consumada y semejante;
negras, como las moscas del descalabro entre rocas y oleajes;
negras flores braceando hasta morir desde la orilla tingetana.
Diminutos funerales como alarmas sordas, mudas y podridas,
entre sintonías entumecidas de salitre y niebla impune.
Desde detrás de la montaña azul, ayer hermosa Abyla,
arriba la canción desmigada de la flaca molienda,
indigente amasijo ante ojos de luces derramadas.

La muerte clava sus escuálidas banderas,
vocifera epidemias, entona himnos hambrientos;
culebrea por los párpados vencidos.
Las heridas cauterizan con apósitos de insectos.
La tierra duerme rojiza y verde, promiscua, puteada e infecunda.
Estrago verde entre palmeras y serpientes, panteras y primates.
Huele a curtido, a pandero muerto, entre los esqueletos disfrazados de piel.
Gime, berrea una sonrisa feroz como una estrella loca;
idiota como el hambre hacinada sobre los huesos y el olvido.
No gusta el alacrán de esos aliños ni soportan sus guaridas las desgracias.

La realidad se evade, huye de su dolor trasparente.
De las migas de la mansa batida, festín áspero,
nacerán aquí moscas como margaritas sorprendidas
ante una estación fantasma, de ilegítimos albores;
una primavera tumefacta,
eclosión podrida, envenenada, despreciada por marrajos y ratones.

Moscas, endrinas de todos los cadáveres;
moscas de todos los días por orillas de tingetas y calpenses.
Margaritas negras, inevitables, pertinaces,
que lamiscan el trazo desfallecido de los ángeles.
Moscas, como pétalos de parca, sobre cuerpos sin alas
arrojados a una paz ciega de baraka y mal bajío.

Amanece el neón, hipotecado como luz solar,
al borde del veneno y el subsidio, del kif y del cubata.
Amanece el oropel del cuché y editoriales
chorreando verdad y publicidades,
alumbrando ángeles amortajados de moscas voraces y aguerridas.

Exequias golosas por el borde de las llagas,
sorben hambrientas las últimas lágrimas frías,
hurgan por las saladas comisuras muertas,
entumecidas de Estrecho, perseguidas, desechas

Entre niños de abultada mirada y descarnadas articulaciones,
entre pechos que no son tetas ni ubres maternas
sino inquietos guiñapos que claman arrepentidos de ser,
llega un duelo de margaritas negras,
de moscas con un verde aliento de leopardo y de babuino.
Aúllan las moscas entre las flores del infortunio.
Los ángeles, espantando sus moscas, buscan frescas margaritas;
buscan un mundo posible que se nos esfuma por no saber soñarlo.

El Estrecho quisiera volar, huir,
rechazar la caricia del planeta por su barriga.
Quisiera ser río por desembocar su paz en una playa de pescadores;
y pastorear delfines, rechazar cormoranes, asustar veleros con su neblina;
jugar a ir y venir trayendo olas, lenguas, músicas,
mensajes en botellas de colores;
volver a emborrachar a un coro de ángeles cantores
de chacarrá y chirimías en verbena de galones y viseras,
farfullando muecines, campanarios y folclores.
Quisiera hacer surcos entre sus olas y sembrar inocencia, puras margaritas. 
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Lugar: La Línea de la Concepción, Cádiz, Spain

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