Kalimario
jueves, marzo 12, 2015
  El nombre de mi ciudad
El nombre de mi ciudad

Si tú me dices, Flérida, si nombras mi ciudad
perdida en ramos mudos, sabré alzar colinas
encima de una estrofa tronchada junto al mar;
sabré su nombre oculto, su nombre inalcanzable.

Si tú nombras la calle del sol en que vivimos,
me otorgo a tus hogueras, las piras cristalinas
entre ascuas de palabras, pavesas de tu boca;
veré un silencio en llamas que encienda rosas blancas.

Si nombras nuestra casa, su sombra de claveles,
si abres los balcones al bosque en que nacimos,
del mar siempre seremos, de playas y archipiélagos.

Si tú dices mi nombre pondré helecho en tu oído,
susurros de la lluvia en ramos venerables.
Atiende al suplicante que espera oír su nombre.

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  A la mar que es el vivir
A la mar que es el vivir

Los ríos van a la mar que es el vivir
y traen consigo un rastro de hojarasca
con velos y nostalgias de los sauces
que tiemblan por caminos y riberas.

Las calles de ciudades que no duermen,
renacen en la mar que es su destino,
y alientan con la voz de los hogares
augurios de una luz que nunca muera.

Los ríos traen el silencio de los lagos,
de bocas donde saltan los veneros
con sombras que amortaja a la junquera.

Los niños por las calles van descalzos
en busca de las fuentes saltarinas,
campiñas con marinas y violines.


Yo voy por mi ciudad hasta la vida,
en busca de sirenas y amapolas
que vivan a la orilla de cada agua.

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  Juan Mesa Serrano.
Juan Mesa Serrano

Vino, sentimiento, guitarra y poesía,
hacen los cantares de la patria mía...
Cantares...
Quien dice cantares, dice Andalucía.

Así comienza el poema del andaluz Manuel Machado, Cantares. Y así enlazo, con este poema que tanto quería Juan Mesa y era una de tantas reliquias que lucían en las paredes de La Cuadra. Aquél recinto sagrado, tan bien mantenido en la Peña Flamenca Linense, que fue su estudio, su fragua y su bodega. Porque allí meditaba sobre los quilates de los sonidos negros, allí, sobre el yunque de su guitara y el fuelle de su talento, fundía y bruñía los resortes mágicos de la muy alta musicalidad andaluza; allí conservaba y mantenía las profundas soleras del sueño y del desgarro, de la pena invencible y de la alegría triunfante.
Allí, Juan vivía La Línea con su arte, y desgranaba las uvas de una parra inefable, porque el arte de la guitarra no se puede decir, es un llanto y una risa para sentir; que sólo puede traducirse, como torpemente intento ahora, aunque no se trata de eso. Y Juan lo sabía, lo había aprendido desde que era un niño. Su arte era una soledad que se hace multitud en espacios verdaderos. La Cuadra, siempre abierta a sus amigos, entre las soleras de un arte que huele a vino limpio y esperanza luminosa. No es que le arrancara a la guitara la vida que ciega y alumbra, él le daba ese calor luminoso que todo lo ciega y todo lo calla.

Cantares...
A la sombra fresca de la vieja parra,
un mozo moreno rasguea la guitarra...
Algo que acaricia y algo que desgarra.

Sentimiento profundo de un linense cabal, ejemplar por su dedicación al arte inmortal de Andalucía y por su dilatada labor de docencia musical.
Juan Mesa fue un maestro respetado, querido por sus discípulos y por todos los artistas que le conocieron y reconocieron su magisterio. Dentro y fuera de La Línea, afirmó su prestigio y confirmó su amor por el arte flamenco, y por su pueblo. Cuando las grandes figuras del cante actuaban en nuestra ciudad, no dejaban de visitar a nuestro Juan Mesa. Eso lo saben todos, y muchas cosas más que sería prolijo enumerar en esta humilde sempblanza, pues de todos son conocidas sus grandes dotes de embajador y recepcionista. Durante una gira por Marruecos con un recital de Cante y Poesía, apareció un artículo en España de Tánger con un titular: “Andaluces de La Línea”. Y, Juan Mesa estaba más orgulloso con ese titular que con todos los éxitos y aplausos que cosechara… Andalucía, La Línea. Siempre viviendo La Línea, consciente de la vocación del andaluz, que no es otra que tutearse con el mundo entero desde el rincón de Andalucía que le vio nacer. Asimismo, en sus conciertos y actuaciones, por donde fuera, ponía bien alto el pabellón de nuestra ciudad. Su Pueblo, al que tanto quiso y que tanto le quiere a él. Yo le decía que era como la procesión del Corpus, que se va parando en todos los altares; porque, con él, no se podía ir de un tirón desde la Plaza de Fariñas hasta la calle Real; eran continuas las paradas para saludar a unos y a otros… Juan disfrutaba con su gente, y su gente siempre le consideró y le concedió la predilección que hoy se le otorga en este acto… Entre todos los méritos de Juan Mesa, yo considero uno que, aparte de su linensismo, le hace valedor del gran honor que hoy recibe: su dilatada dedicación a la enseñanza. Toda una vida dedicada a tantos niños y jóvenes linenses que acudían a él para recibir la maravilla de un legado cultural. Compartió con todo su hallazgo del tesoro del Alma Andaluza. Sembró y recogemos.

Hay que felicitar a los responsables de tan certera concesión, que a él le hubiese gustado vivir, sin duda. Pero, Juan Mesa ya era uno de los hijos predilectos de La Línea, antes de recibir hoy tan preciado y justo homenaje. No había más que verlo en su salsa, rodeado de la admiración, del respeto y del cariño de sus paisanos. Ahí va un linense de verdad, se decía de él. Y cómo vivía la emoción profunda de ser linense. Una emoción que trasmitía a quienes tuvimos la gran suerte de conocerlo. Pero Juan Mesa no era de esos linenses a ultranza, de aquéllos de nuevo cuño y dudosa devoción. Su amor por La Línea era crítico, como él lo era para su arte. Él le cantaba, por soleares, las verdades al mismísimo lucero del alba. Todos lo saben. Por eso, su amor por La Línea y por los linenses, tenía la dimensión mágica de la verdad. Juan Mesa era de verdad; artista, maestro, amigo de verdad… Linense de verdad. No es tarde para decírselo… Y continúa Manuel Machado en su Cantares, lo que él solía repetir:

No importa la vida, que ya está perdida.
Y, después de todo, ¿qué es eso, la vida?...

En su Cuadra eterna, Juan Mesa, hoy es un ángel feliz enseñándole arpegios y escalas a todos los luceros que se asoman tras los barriles y vitrinas a contemplar a un Pueblo agradecido y feliz por haber contado con un linense valioso y maestro notable del Arte andaluz por excelencia. Y en esta víspera del Día de Andalucía, brillarán con más fuerza los versos finales del poema que tanto amaba:

Cantares. Cantares de la patria mía...
Cantares son sólo los de Andalucía.

Cantares... hoy, rodeado de sus mejores discípulos es el linense feliz que vive en Plaza Fariñas veintitrés, en la Cuadra que aún existe y seguirá existiendo recreada por sus amigos y alumnos. Y con esa alegría nos dirá ahora, con su guitarra en el reflejo de sus discípulos y con las palabras de Manuel Machado: “No tiene más notas la guitarra mía”.

Gloria a un gran linense, Gloria a Juan Mesa.

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  Juanito Maravillas
Juanito Maravillas
A principios de los 50 del siglo pasado, llegó a La Línea Juan García Alcalde, y llegó para quedarse. Nacido en Villaviciosa, Jaén, ya traía puesto el nombre que le dio fama: Juanito Maravillas. Venía curtido en mil funciones por los escenarios de España junto a los mejores cantaores de la época. Traía un don, un privilegio que concede la Gracia a las criaturas que van por la vida cantando. Y cantando, en La Línea desplegó su arte, un arte antiguo y profundo que vibraba en su garganta con los diapasones floridos de su voz característica; con su manera personal de entender este arte nuestro que llamamos Flamenco. Y, aquí con su arte, conoció a Teresa, y con Teresa afirmó los cimientos de una familia. Con su arte llegó y con ese arte permaneció en La Línea… hasta hoy.
Juanito Maravillas vino de una España cenicienta y abatida que, en aquélla época de fritanga y pirriaque, encendía las diablas de un arte monumental en un despliegue por los teatros de toda la geografía; un arte que iluminó durante décadas las vidas y los milagros por vivir. Llegó a una ciudad que, a pesar de los apagones y las estrellas de carburo, brillaba con una luz que la diferenciaba. La Línea, distinta y arrebatadora, era entonces aquélla ciudad que fue la nostalgia de nuestros mayores. La mejor ciudad del mundo, el mejor sitio para vivir. Bullicio, alegría, futuro; y en los claroscuros de la época, chorros vitales a todas horas... Todo lo absoluto que un día se hizo relativo. Aquella ciudad, amante del arte y de los artistas, encandilaba a propios y extraños con un sentido muy peculiar de su existencia entre dos mares, y a la sombra del Peñón. Una ciudad con una gran personalidad, restos quedan, que hizo suyo a Juanito Maravillas para siempre. Y él encontró en La Línea su lugar y su destino. Juan García Alcalde, el Juanito Mantola de Villaviciosa, fue, y es, un linense "con el sol como divisa". Un linense que derrochaba su don y, con su personalidad, vivía el Cante Flamenco; un arte andaluz que en aquél entonces primaba sobre todas las cosas. Entró a formar parte, por derecho propio, de esa amplísima galería de artistas y aficionados linenses; a experimentar este gusto por la vida y ese derroche de sal, alegre y viva, que destilaban las calles de La Línea; y que fue la admiración de los vecinos y de aquellos que se acercaban imantados.
Si Maravillas venía de la alta escuela de los Pavón y de Vallejo, de Marchena y Valderrama; desde la pontifical Villa Rosa entre grandes figuras del cante, del baile, de la guitarra, vino a quedarse en La Línea, a ser linense. Desde las tabernas y tablaos, desde teatros y plazas de toros de toda España, desde reuniones de cabales o profanos, hasta las recogías en el Tánger, o el Chiquilín, o el Agua Pato. Alternaba sus giras por toda España con las estancias en La Línea, en su casa, en su pueblo... Cantando por su pueblo, participó en innumerables festivales benéficos en el Parque o en el Trino Cruz… Abundaban artistas, y aficionados, que compartieron escena con Juanito Maravillas, entre otros Brillantina, Paco Torrejón, El Terry, Agustín Pol, Manolo el Chófer, con la guitarra del maestro Vargas, de Juan Mesa; además de las actuaciones de elenco en el Amaya o en el Cómico, en funciones que eran muy frecuentes entonces con los artistas más prestigiosos del planeta cantaor.
Si Maravillas traía en la médula a sus maestro vivos, Marchena, Valderrama, El Pinto, El Mojama, y tantos estilistas del fandango que pululaban por aquella España de tronío y penuria, de descorche y señorío; aquí se encontró entre artistas de gran solidez como Chato Méndez, La Paca, Los Jarritos, y El Chaqueta al frente de su corte de sabios del Cante… Y con un Dominguillo, nuestro Domingo Gómez Sodi, que le fue arrimando letras como quien va echando ramitas de romero a una hoguera que no iba a consumirse jamás.
Maravillas conocía todos los palos del flamenco, había escudriñado y llegado a la almendra del Cante, unas veces dulce y amarga otras. Conocía los registros musicales del flamenco, no le faltaron los mejores maestros. Ni detractores que consideraban al fandango como un arte menor, un cante chico. Esos aficionados, buenos sin duda, cabales sólo por sus preferencias, que buscando la grandeza del Cante no oyen la grandeza de quien lo canta. Yo he tenido la suerte de oírle cantar por “to lo jondo”; él conocía los estilos y las maneras de los pontífices del cante. Juan, nuestro Juanito Maravillas, tenía un talento musical que sólo otorga la Gracia a sus hijos más queridos. Se paseaba por la calle Real con unos Tientos o con una Seguiriya, con Tangos o con Soleares, lo mismo que hacía galas por toda España con Vidalitas, Milongas, Guajiras y Fandangos, “jondos” o ligeros, esos llamados fandanguillos que tanta fama le dieron. Pero el Maravillas, desde su talento chispeante, sabía cuál era su cante y encontró su propia dignidad. Cumplió con el deber sacrosanto de todo artista: Buscar hasta encontrar su propia voz y sustentarla en su estilo. Lo mismo que encontró en La Línea su escenario más grande, el de la Vida ante este milagro de claridades sonoras mirando a los mares, aunque sea de noche. Entre sierra Carbonera y el peñón de Gibraltar, iluminado con este cielo y con la calidez de la acogida linense, elevó su personal edificio musical. Y elevó con su Teresa, y con sus hijos Dora, Concha y Juan, un recinto afectivo, un refugio tras la constante y a veces dura briega con los imponderables mihuras que acechan en las esquinas y reboticas de cada actuación. Y aquí, entre nosotros, disfrutó del respeto y la consideración en la misma medida que él profesó por La Línea y por su gente. Esa combinación perfecta no podía fallar.
Es de justicia que su memoria se vea glorificada hoy con este honor. Juan García Alcalde, nuestro Juanito Maravillas, se sentiría gozoso. Habrían acudido aquí, con nosotros a este salón de plenos, todos los grandes artistas que en su mundo fueron; salidos de los rancios carteles que ilustran la historia del Cante, para rendirle homenaje y reconocimiento. Y él, con su voz de hedonismo exultante, henchido de alegría, nos dedicaría un cante eterno con el melodioso prodigio de los ángeles que saben cantar los cantares de Andalucía… No sin antes exclamar su grito jubiloso y vitalista:
¡Que aquí no falte Gloria! Gloria a ti Maravillas.

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  Despobladas auroras
Despobladas auroras

Resplandor y silencios. Una calma de erizos
primitivos e indóciles en desnudo adorable,
un rescoldo de plomo sobre andamios de pétalos
y un galope de brisa sobre el alma del brote.

Nada más necesito que tu cierta mirada,
otras horas vendrán del primor de tu cuerpo
hasta el charco de estrellas en la noche del gozo
con trompetas y címbalos de azucenas hambrientas.

Al regazo dorado llegará el dulce rayo,
a esa sombra de mimbres y agrupadas sortijas
que precisas me llaman hasta albores y nieblas
desde gritos combados en un cielo salvaje.

Y tu voz de sirena, caracola celeste
de bruñidos acentos, pintará la ternura
de azulejos marinos con delfines y conchas,
despobladas auroras por mi playa en la espera.

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  Voces ácimas
Voces ácimas
a D. Solomón Seruya,
y a la comunidad sefardí de Gibraltar

Sueña el gris descifrar cábala y canon,
la alquimia de la voz del universo
prendida en candelabros de promesas,
entre libros sagrados y un destino.
Lamento y gozo en cantos de masora
salvados con semillas y candiles.

Son los huidos rubíes del patrio acervo
en este oasis de luz y pie nativos;
en la gris geometría, sangre en diáspora,
la historia y la esperanza en sus veneros
con luces de su estrella inextinguible.
Esta amalgama gris es su morada,
su regazo y refugio despejado.

Solamente sus hijos en vigilia,
el ave que en sus ramas hace el nido
y el romero que viste su esqueleto,
verán la plenitud de sus racimos
aunando uvas y agraces, luz y sombra,
cuando alcance el idioma su frescura,
madure la concordia en las viñas
y ofrezcan manantiales al desierto.

Doradas y grandiosas las trompetas
suenan demoledoras de murallas
con aromas de gálbano en aljibes
que riegan la certeza de la sed.
Pero si logras ver en sus señales
la antigua herencia al son de su macor,
verás las cicatrices del estigma
por el celoso rito del su ley.

Han oído la voz ácima en versículos
ante el altar sagrado entre dos mares,
y al cantor en cerrada geografía.
Han oído el cataclismo, sus rigores;
la airada turbamulta de la cólera,
arquivolta vibrante en la memoria
con voces en rescoldos y pan dulce.
Han oído por las plazas de la mar
a músicos que tocan ante fuentes
al caer la tarde lúbrica y descalza
en incendios con mechas de holocausto;
y el corazón a toda hora vigía
con tiara terrenal y vasos puros.
Han oído y aprendido, han afinado
las luces del destierro y sus cristales
con diapasones vivos en la aurora,
en oriente iniciados y entre enjambres
con las ceras y mieles de armonía
bajo el sol de este gris en menoráh.

Han visto al sol bailar su danza orfebre
hasta dorar la copa del chaparro,
cuando un poniente de agrios naranjales
revive las hogueras ya extinguidas.
Han visto sus sortijas y sus broches,
sus ajuares, sus libros y palomas
esparcidos con armas y banderas;
la mirada en pavesas, roto el salmo.
Han visto al Justo sol abrir sus ojos
para honrar a los hijos de la arena,
expósitos inermes en la orilla,
hermanos del repudio, y en su mapa.

Aquí, en el gran confín de Sefarad.

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  Mar del deshielo
Mar del deshielo

Viene el mar con naufragios de baladas.
Trae un relincho de quillas y tridentes,
y la fiebre del mundo en su galope
con veneras y aguajes del bajío.

Trae gargantas y voces de atolones,
con la furia rugiente de la espuma,
trae los pies y las manos de galernas
con idiomas en sartas de corales.

Viene el mar con sus olas y sus cascos
a la orilla que el bosque le permite,
a inundar con escamas la ciudad.

Viene el mar a las fuentes de agua dulce.
Viene el mar, tras besar la boca al hielo,
a besar en la boca a sus ciudades.

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  Invocación
Invocación

Invocar un refugio en la ciudad
es buscar en mitad del laberinto
el latido sereno y sus señales;
es soñar con perdidos bosques claros.

Es flotar entre tu íntimo ritual
y sentir como el mar lame tus luces;
reencontrarse en la esquina con la rosa
bajo un cielo arañado por espinas.

Es brindar con tu vida al infinito
sin portales ni abismos de escaleras;
resistir ante euforias de ascensores.

Entre torres volar con los delfines,
caminar sobre el mar, nadar por calles
entre pájaros, peces y viviendas.


Invocar un albergue por los parques,
en mitad de la plaza o en la playa,
es vivir con claveles ciudadanos.

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  Una brizna de hierba
Una brizna de hierba

Más allá del verdor, del color sosegado,
más allá de las copas en la urbana intemperie
y del verso que implora de los bosques el símil,
los insectos acechan con segures de hielo.

Cualquier árbol, sin pies, por el mundo camina
siempre atento al silencio de criaturas cantoras
que en las selvas habitan; no se calla ante el fárrago
de mecánicas prisas, ni se pierde en su orden.

Que tus pies busquen alas y tus manos las raíces
de los fustes del sueño. Que en lo yermo encontremos
el fulgor de la vida con palabras frutales.

Que mis pies no se hundan en asfaltos baldíos,
quiero ser una brizna de la hierba constante;

en el aire, una gota que la lluvia me preste.

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  Silencio de los héroes
Silencio de los héroes

Si se encuentran los héroes no se hablan,
expresan con miradas soledades
de un tiempo pasado que exigió
renuncia, sacrificio o cautiverio.

Se dicen en silencio, entre otras voces,
los hechos dolorosos que han vivido;
reflejan en sus canas viejas huellas
fijadas en sus caras: la amargura.

Les duele aquel dolor que les movió
atentos al mandato de su moldes,
y saben que su lucha nunca acaba.

Aún contrastan las armas insumisas
que queman en sus lenguas soñadoras:
sus palabras en tiempos de violencia.

Sostienen en un cómplice silencio
que el mundo se recrea en su laberinto,
e insisten en su sueño interminable.

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  Una brizna de hierba
Una brizna de hierba

Más allá del verdor, del color sosegado,
más allá de las copas en la urbana intemperie
y del verso que implora de los bosques el símil,
los insectos acechan con segures de hielo.

Cualquier árbol, sin pies, por el mundo camina
siempre atento al silencio de criaturas cantoras
que en las selvas habitan; no se calla ante el fárrago
de mecánicas prisas, ni se pierde en su orden.

Que tus pies busquen alas y tus manos las raíces
de los fustes del sueño. Que en lo yermo encontremos
el fulgor de la vida con palabras frutales.

Que mis pies no se hundan en asfaltos baldíos,
quiero ser una brizna de la hierba constante;

en el aire, una gota que la lluvia me preste.

Más allá del verdor, del color sosegado,
más allá de las copas en la urbana intemperie
y del verso que implora de los bosques el símil,
los insectos acechan con segures de hielo.

Cualquier árbol, sin pies, por el mundo camina
siempre atento al silencio de criaturas cantoras
que en las selvas habitan; no se calla ante el fárrago
de mecánicas prisas, ni se pierde en su orden.

Que tus pies busquen alas y tus manos las raíces
de los fustes del sueño. Que en lo yermo encontremos
el fulgor de la vida con palabras frutales.

Que mis pies no se hundan en asfaltos baldíos,
quiero ser una brizna de la hierba constante;

en el aire, una gota que la lluvia me preste.
 
  El fragante esplendor
El fragante esplendor


                   ¡Alabad el árbol que desde la carroña
**********sube jubiloso hacia el cielo!

*********************Bertold Brecht.

Quien con árboles habla, natural soliloquio
ante el tótem viviente, de sus formas escucha
la canción solidaria, la inquietud compartida,
el proyecto de bosques en ciudades soñadas.

Conversar con un árbol en encuentro precioso,
dialogar en susurros y encontrar la palabras
en las hojas escritas, es vital testimonio
con la tinta y la letra de universo admirable.

La esperanza de oírle hace hablar al que escucha
su arboleda interior; se sustenta en guirnaldas
de esa luz generosa que se iguala en los sueños
con un ritmo de pájaros por los mimbres del júbilo.

Se vislumbran los zumos, generosos y alegres,
circular por las venas en caprichos trenzadas;
sólo un caos de testuces en la calma se empina,
un rigor de serruchos y alboroto de hocicos.

La belleza no mira; pero exhibe en sus formas
el supremo esplendor de la mínima gota,
el fulgor manifiesto de la brizna que vuela,
el inquieto valor de lo humano en su jungla.

En su armónica hechura se resume la estética,
del origen legado, de torcaces y azores,
de la extraña vigilia de los búhos en la noche
entre seres que esperan en mitad del tumulto.

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  Calafate de rosas
Calafate de rosas

                                   Desde un eco de Dolors Alberola

He visto tantas olas que ya no sé sus nombres
y los esbeltos faros son mis ojos       
que en la noche ven crótalos, tan limpios
como un día de poniente y rosa en calma
con vuelos de gaviotas por flecos de las luces.
Claveles y olas verdes tras niños que se elevan
con cantoras cometas y barquillas de corcho.

Sigo buscando un bosque de agua dulce,
el manantial de sal y caracolas
que ilumina la tarde, ya perdida
por azules del cielo y en los labios del mar:
la rosa terrenal que nada entre las islas.

Me acercas a mis playas, mareas vivas renuevo,
reflejas en mis ojos la luz recién nacida.
Aún existe un tiempo varado en la azotea,
perdido en bulevares y orillas lubricanes,
malecones de ratas y de astucias,
marinas enfermizas con humos y alquitranes.

La luz del mar existe, persiste entre los niños
descalzos como peces, y  en labios de la sal
entre espumas y redes, desnudos los claveles
del pecho en arreboles; vidente calafate

que nombras a las olas y a mí me traes sus nombres. 

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  A voz en grito
A voz en grito
a mi pueblo, dividido e indiviso

Hay voces con las lágrimas espesas y colmadas
de gritos encerrados, errantes por las venas;
su verdad, sin cautela, cancelas saltan, funden
las llaves de las verjas y burlan alambradas.

Son voces agarradas al pecho resistente,
y vientos con reproches que azuzan las gargantas;
de amor encabritado con clavos del vocablo
que rompe los cerrojos con médula de audacia.

Hay voces que se cuecen con sal de las medusas
y besos como avispas con leyes del aullido;
adagios de gaviotas, muy ágiles, muy largos,
que saltan las barreras y quiebran el susurro.

Son voces de altos ramos, de espinas que florecen
con hojas afiladas, desgarros en un grito;
gorriones insumisos que en brava gala rugen
con trinos de pañales o trenos de mortajas.

Hay voces empapadas que a gritos se rebelan,
ahogadas de abandono; empeño en ser abrazo,
en ser clavel sin trabas, no lengua enmudecida,
ni anclado al infortunio ni uncidos al destino.

Yo fui invitado a ser pañuelo, boca y grito
con ojos naufragados en campo de reptiles;
a ser voz de alma en vuelo por cielos salpicados
de aullidos formidables ante ojos de guardianes.

Nadie diga que allí hubo más bandera que el grito
tremolado en la rabia, compartida y aguda,
con su dardos de besos y el recelo en los ojos;
quemazón sin sordina, sin mordaza, con alas.

Nadie diga que el monte no lloró, que lloró;
que lloró el arenal y el salvaje cardillo,
el paisaje y el pozo, y el charol de una tregua
insegura en la brisa saturada de rabia.

Yo fui invitado a ser un barco en el atril
de un mar a boca llena, a un plante desgarrado
en clave de agria lengua, a un cielo a ras del suelo,

a un reto en altos gritos con pértigas rebeldes.
 
  A José Mauthausen
A José Mauthausen
                                                       
Mi cuerpo es una inmensa noche helada,
apátrida en equinas de mis venas;
aún chorrea el terror sobre mis días
y siento otras torturas en mis huesos.

Heridos en el fondo de la escarcha,
mis ojos son espejos que no olvidan
la bóveda en cenizas de amapolas,
la vida salpicada por las piedras.

Conmigo compañero en el infierno,
mi padre a mi costado habla y tirita,
quebrada su voz última en la nieve.

Junto a él labré escalones en mi carne
tatuada de exterminio; y no salimos:
ya no éramos nosotros los que entramos.

Fue el llanto nuestra patria,
sus águilas bebieron nuestras lágrimas.

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  Atunara
Atunara

La alborada desvela su misterio en la orilla,
la ecuación de las barcas con claveles descalzos,
de alhelíes que acechan las mudables mareas
tras hogueras de espera con café y aguardiente.

Se inspiran los barruntos, hostiles o propicios,
en halos de la luna sonámbula en la aurora;
florida en la almadraba la vida se desnuda
tan cerca del milagro de andar sobre la mar.

Claveles por la playa despiertan al albor
de coros ante el árbol cuajado de naranjas
que pinta el horizonte, y esperan con su luz
la plata en colibríes de azules aleteos.

Descalzos bajo el sol, avivan limpios himnos
de arterias que proclaman la sal de su existencia:
legítima heredad de cala y caladero,
la eterna ley del mar en flujo universal.

Las bocas de la sal repiten su abundancia;
las ascuas del espeto despiertan con los brazos
y enseñan al mar ritmos de enjambres animosos
en íntegra mesura y estoica dignidad.

Un cante, entre las voces de duras singladuras,
varado en la neblina con soplos de levante,
navega tras la rosa libérrima del viento
en íntima obediencia de verdes serpentinos.

La bravura se nutre con la flor litoral
y un destino mordido por dientes de rudeza
bajo una astrología de peces y corrucos
trabada a los esmeros de redes y palangres.

Y afina el aire cuerdas en virtud del valor
en la orilla fundado; y la hermosa ecuación
del coraje esencial, de alhelíes y claveles
en la brega del copo con la sangre en el cenit.

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miércoles, diciembre 21, 2005
  Cinematógrafo

Publicado en "Guadalmesí" núm. 26

En el saloncito de la primera planta
se escarchan afiches, lentes, cristalinos,
latidos de mágica luz en haces por lo oscuro.
El destino de la Bounty y Lady Mariana
reprobados por sigilos de bandas sonoras
con la ira en los talones; un golpe mar adentro.
En la hora propicia a la penumbra
un levante ruin hiela los pies del viernes,
las lágrimas del acetato, el baile con lobos.

La repulsión se hincha, berrea como Godzilla.
Arde París bajo el acecho de vampiros,
la linterna se hunde en pantanos, canales,
luces que agonizan en melancolías de Marty.
Los otros traban la fiesta proyectada,
amordazan a una gata en ronroneo sin Paul,
expoliada del cinc caliente, desahuciada.
Es como matar un ruiseñor en el matiné.
Pero existe la esperanza de Casablanca, Ingrid.

Por Fariñas el Jedi, y el ángel de Brooklyn.
Audrey duerme con diamantes en un banco.
Elvira, Morán e Isbert arengan mofa cañí
en escenografía de araucarias y mármoles.
Chaplin, herido, guiña una ironía con globo;
no está solo ante el duelo de pájaros al sol.
Los chicos del coro están cantando, Sam;
no rodaran escaleras ni escalinatas abajo,
ni Kilimanjaro abajo ni Kway arriba.

Si no dispones de diligencia, Aitana, ni sala
al amor del crepúsculo en butacas, Pilar,
las portátiles sesiones tienen tarde y noche,
días de cine y rosas, sesiones con hielo y agua
allí donde Anton Karas toca la citara,
entre centauros, bajo hojas de té y hierbabuena,
a 23 pasos del legado vivo de los bombardeos,
en ambulancia de V. O. y leyenda de pasión.
Allí encanto-Katharine pilota su real vapor.

Emboscados orcos, lejanos tambores,
no acallarán a los violines del tejado, ni la causa
del esplendor en la hierba profunda
que recrea el mundo y su relámpago
con idea argumental, documental, superocho,
technicolor, formato llevadero, otras formas,
desde la Podestá al video, de Hopkins al ce dé,
desde pocilgas hasta jardines, reservas comanches
en ambigú con una pantalla como vela.

No calla el saxo burlón, ni entre los dientes del diablo,
por ese atrevimiento de querer cegar la mirada
de arco voltaico y párpado de celuloide
que alumbra, rebela, emociona en fotogramas.
 
martes, noviembre 29, 2005
  Kalimario 
domingo, noviembre 20, 2005
  Moscas como margaritas negras

Primer Premio III Concurso Guadalmesí de Poesía, 2001

Margaritas ahogadas por la orilla, borde huraño del altar calpense,
como alas de fragilidad consumada y semejante;
negras, como las moscas del descalabro entre rocas y oleajes;
negras flores braceando hasta morir desde la orilla tingetana.
Diminutos funerales como alarmas sordas, mudas y podridas,
entre sintonías entumecidas de salitre y niebla impune.
Desde detrás de la montaña azul, ayer hermosa Abyla,
arriba la canción desmigada de la flaca molienda,
indigente amasijo ante ojos de luces derramadas.

La muerte clava sus escuálidas banderas,
vocifera epidemias, entona himnos hambrientos;
culebrea por los párpados vencidos.
Las heridas cauterizan con apósitos de insectos.
La tierra duerme rojiza y verde, promiscua, puteada e infecunda.
Estrago verde entre palmeras y serpientes, panteras y primates.
Huele a curtido, a pandero muerto, entre los esqueletos disfrazados de piel.
Gime, berrea una sonrisa feroz como una estrella loca;
idiota como el hambre hacinada sobre los huesos y el olvido.
No gusta el alacrán de esos aliños ni soportan sus guaridas las desgracias.

La realidad se evade, huye de su dolor trasparente.
De las migas de la mansa batida, festín áspero,
nacerán aquí moscas como margaritas sorprendidas
ante una estación fantasma, de ilegítimos albores;
una primavera tumefacta,
eclosión podrida, envenenada, despreciada por marrajos y ratones.

Moscas, endrinas de todos los cadáveres;
moscas de todos los días por orillas de tingetas y calpenses.
Margaritas negras, inevitables, pertinaces,
que lamiscan el trazo desfallecido de los ángeles.
Moscas, como pétalos de parca, sobre cuerpos sin alas
arrojados a una paz ciega de baraka y mal bajío.

Amanece el neón, hipotecado como luz solar,
al borde del veneno y el subsidio, del kif y del cubata.
Amanece el oropel del cuché y editoriales
chorreando verdad y publicidades,
alumbrando ángeles amortajados de moscas voraces y aguerridas.

Exequias golosas por el borde de las llagas,
sorben hambrientas las últimas lágrimas frías,
hurgan por las saladas comisuras muertas,
entumecidas de Estrecho, perseguidas, desechas

Entre niños de abultada mirada y descarnadas articulaciones,
entre pechos que no son tetas ni ubres maternas
sino inquietos guiñapos que claman arrepentidos de ser,
llega un duelo de margaritas negras,
de moscas con un verde aliento de leopardo y de babuino.
Aúllan las moscas entre las flores del infortunio.
Los ángeles, espantando sus moscas, buscan frescas margaritas;
buscan un mundo posible que se nos esfuma por no saber soñarlo.

El Estrecho quisiera volar, huir,
rechazar la caricia del planeta por su barriga.
Quisiera ser río por desembocar su paz en una playa de pescadores;
y pastorear delfines, rechazar cormoranes, asustar veleros con su neblina;
jugar a ir y venir trayendo olas, lenguas, músicas,
mensajes en botellas de colores;
volver a emborrachar a un coro de ángeles cantores
de chacarrá y chirimías en verbena de galones y viseras,
farfullando muecines, campanarios y folclores.
Quisiera hacer surcos entre sus olas y sembrar inocencia, puras margaritas. 
  Chuflas encadenadas

Convocados en conclave supremo,
los poetas, trovadores y rapsodas,
airadas sus rimas contra el blasfemo,

bestia negra, enemigo de las odas,
pronunciaron sonetos de anatema
y abjuraron del yugo de la moda.

Acordaron renovar forma y temas
ante el fuego sagrado del parnaso.
Crepitaban las llamas en fonemas,

bebieron, o fumaron, según casos,
hasta pulir las rimas del prefacio
halladas en el fondo de los vasos.

Convencidos con halagos los reacios,
promulgaron tercetos de condena
y horror ante versos a doble espacio

pedidos con viciada cantinela
en las bases de poéticos concursos
y en rutina tomada como buena. 
  Entre la estrella la sombra

Publicado en Guadalmesí núm. 24 octubre 2003
A los amigos de entonces, de siempre...


Exprimimos la luz en nuestras copas.
Bebimos sol bajo el azul inmenso,
cantamos bajo las estrellas coplas
de grumete ebrio de luz y de viento.

Doradas brotaron de nuestras bocas
quejas al aire, jirones de versos
con la voz clara y las limpias estrofas
de nuestros poetas mayores, aquellos

que abrieron celdas a claveles presos
e incendiaron la escarcha con la voz
de la calle y de los valientes pechos.

Bebimos su oro y el verso de amor,
futuro ideamos soñando despiertos,
urdimos poemas contra el dictador.

Juntamos flores del mar con luceros,
ramos nocturnos, ardientes e inquietos.

Bebíamos, hasta la hora en que el sol salía de nuevo,
el anís de viejas coplas en vasos de café negro,
hasta que una luna loca mostrara sus dulces pechos
y en murmullo, a flor de boca, sus leyes de oro y de fuego.
Al clarear que al nardo asombra con los jazmines en celo,
borrachos de nácar y olas en juveniles reflejos,
arrancamos a la aurora espumas de encrespado verso
desde el temblor de la rosa y del clavel entreabierto
a la inocencia que implora verdad, libertad y besos.

Los poemas como caballos y como yeguas las coplas
en alas de cantautores, poesía de boca en boca,
flores de nocturnos ramos, voz que a la amistad convoca.
Calendario de idealismo en madrugada sonora
y en coros del libre canto entre la estrella y la sombra

Juglares de la alborada, ebrios de vino y de rosas:
se esfumaron los cantares, se los llevó la resaca.
Mirad como el mar galopa y tenaz aún proclama
el valor de su coraje a la indiferente roca,
que a su oído bate y canta la espuma que le provoca.

Enero, 2004 
  Palabras turbadas

Publicado en Guadalmesí, núm. 24 - octubre 2003


Hablar con un moribundo
es vestir con cartones la palabra,
descubrir lo acre del aliento;
por un reseco jardín sin azules
vislumbrar estrellas imposibles
y ver, a pleno día,
su risa más ciega, la más amarga.

Desde un cielo de cenizas humeantes
se desploman carbones en ascuas,
perturbada luz
que quema la trivialidad pensada.

Conversación liviana,
sin fronteras ni destino.
Es banal la charla, torpe y ronca;
la palabra naufraga en un perdido océano
sin olas,
ya seco, ya solo, ya entregado
al silencio sin aplomo.
No quedan palabras vivas,
muertas están o aspirando lagrimas.

El aliento busca un aire
y el mundo se queda en calma;
ni sopla un inútil viento.
Estancado charco, desangelado,
desvaídas esperanzas,
reojos de mirada extraviada, opaca.

Se adivina la ausencia,
el territorio desolado y prometido;
ojos sin luces, voces sin salida.

Hablar con un moribundo
es sentarse en la temida orilla,
temblar, no decir nada
con palabras amorosamente escogidas. 
  Lo nuestro es subir, otoño

a propósito de “El exquisito cadáver de la rosa”
de Juan Emilio Ríos Vera. Mayo, 2003

Antes que la voz fue el aire
enamorado de luces y olores,
eterna médula multiplicada
por las frondas de pasión y cordura
hasta el espíritu de las cerezas
cultivado en la nieve florecida.

Todo asciende y todo trepa
por las escalas gloriosas de abril
y las mayas mañanas del aroma,
sí, hasta la fragancia hija del color;
pero lo nuestro es subir, otoño,
por lianas en flor hasta los cielos,
por la enramada vida en la clausura
que valerosa nombra a cada cosa
con su aire de rosa o de espina.

Nunca hubo exceso en el silencio
ni en el feraz licuar de las voces
desde el pétalo innombrable
al rusiente verso de voz en brotes.
La lengua que ha de ser tierra
extasiada a la rosa flor proclama,
terrena y desnuda de quimeras,
pero cuerpo celeste de rojo andariego.

Nada sobra en el cuerpo del aire,
nada falta en el cerebro jardinero
que sin ser arriate ni maceta
se nutre con la gloria en desmesura
del aliento enamorado de la vida.

Busca el idioma esencia entre las hojas,
hace coronas de laurel y genio.
Sólo buscando el nombre exacto,
intelijencia,
escrutamos por los estrictos ramos
nunca por la esencia en pálpito y alerta
con el presagio de quien ve, piensa y cuenta
los mil nombres exquisitos de la rosa,
su color, cada color, su agua, cada una.

Nadie a solas habla ni solo aspira
la concreta maravilla de no estar muertos
y de pulir el color afinado de la rosa
desde el silencio al atrevido verbo. 
  A propósito de”Isla de Silencios”
de Miguel Vázquez García. mayo, 2002


“Tú que consagras la creación del verbo
no condenes mi isla a los silencios
no alejes mi poética del parnaso
y hagas de mí puro desprendimiento”

Y que sea el aire, ese aire,
aire surgido del caos,
fluido por sábanas cantoras de salmos,
suspiros y cantatas de serena pureza,
que se prostituya apuntalando lo innombrable:
a ese fantoche de trágica madera,
ajeno a la llamada del sollozo semejante.
A ese rey bufo, sansebastianizador
del militante desprendimiento,
en un parnaso de lluvias seculares,
de sortílegas palabras,
epifanía jubilosa de la nata carnal
no nacida aún al aire que la espera.

Y que sea el aire, ese aire,
convertido en patíbulo al vacío,
entierro colmado de estrellas,
de rojos goterones por el azul ultrajado.
El mismo aire consagrado por Neruda,
máxima aurora de los paraísos australes
e islas pobladas de silencios por siempre,
por estar para contarlo en sueños,
en duermevela de arañazos y olas afiladas,
ante el estrago a la palabra al amor debida
y ante ángeles muertos en los estadios,
despojados de su divinidad y de su voz.

Y que sea el aire, ese aire,
sábana de inaplazables cópulas,
desde Bóreas elemental, trascendente,
el que sostenga el espadón
del gusano fratricida, reprobado
y reclamado por un poeta acuático
despeinado por el aire, ese aire,
corona y cabellera, pensamiento
y quebranto del compañero presente,
resistente, que no huye hacia la ausencia
y en su noche es ferrocarril, torrente,
imantada cordillera que no calla,
lengua de piedra concedida y convocada.

Y que sea el aire, sí, ese aire,
el que enseñe a decir como un oboe dice
y a pulsar como la lira que el ciego pulsa,
que palpa escalas y las sube
con la púa y tacto que ve lo que canta
por propagarlo por el aire, ese aire,
gaditano de alegrías y de tangos,
de décimas y zambas de la esperanza
amanecida en sierras,
bahías, vientres iluminados;
y no ese aire de mortaja y asesinato
que ensarta corazones y gargantas
con vara enroscada de dorados robles.

Y que sea el aire, ese aire...
Sí.
Andamio para los suspiros del dolor
y coplas vulneradas por la infamia;
aire de la poética a todo trance,
en que nos asistan ángeles
conocedores del canto-noche,
que no callan la Historia y la Cantata,
Crimen General de América Latina,
continente tan nuestro en el dolor
y en el aire...
Ese aire como nuestra herida de ser seres
aire de palabras como espuelas y claveles en verbo,
memoria, son y uvas de desprendimiento,
Miguel. 
  JGM envía postales a FGL

Publicado en Guadalmesí, núm. 24 - octubre 2003

a propósito de “La sonrisa del sándalo”
de Juan Gómez Macías abril, 2002


Desde el alero boquiabierto,
pestaña de un cielo dubitativo,
bajan guirnaldas pacíficas y magistrales.
- alternan onduladas muecas de llanto y risa
con sándalo ritual de flor y légamo -

Desciframos las partituras
del silencio amado por los músicos,
indagamos por la cacharrería de los albores
tras un gozo de armonías diáfanas
y crótalos cantables.
El cieno reconoce el temblor del pétalo
en la aurora que él nos enseñó,
jubiloso de espliego y toronja cristalina,
con la blancura pequeña
que aureola de jazmín los hemisferios.

Que bajo el lodo florece la rosa,
lo sabemos,
entre sorbos de espera enhebrada
con la plata de un saxofón en alerta.

El sigilo trotará fiel al escándalo del oropel,
falso metal que miente y desfigura. Siempre.
La idea despierta a sus eternos torrentes y vuela,
siempre,
en racimos llevados por palomas,
manos oferentes de un vino humilde
y generoso en copas de espinas en concordia.

Nombremos a cada instante por su nombre
hasta perder el eco de los nuestros
como los jilgueros que se abrazan a una estrella
por el vientre sin caminos de los fangos.

El incendio del olvido alumbra huellas
por las ramas de un noviembre florecido.
Siempre huirán los grillos del metálico sonsonete
al borde del confín de los arpegios
que inmolan la pulcritud del equipaje.
La silenciada zumaya ausculta
el abandono encubierto de un Víznar mutilado.

Di a Federico que nos une apuntalar la idea
amenazada por la ruina de siempre;
pero que designamos la eclosión de la rosa
en la hora precisa de los lirios
bajo la ceñuda algarabía
cegada con charoles de alma ausente.
Dile que está la espina concitada
a entender el latido de las rosas
blancas,
siempre blancas de exactitud sin fronteras
en manos limpias entre el lodo.
De eso se trata.

Él te oye, tú sabes hablarle;
dile que no hay expiración yerma,
que su aire final asiste a los suspiros de hoy
con la infalible fragancia del alba
entre rosas nuevas y desgarros inevitables.
Voces, ecos... coros. 
  A propósito de “El origen de los desvelos”
de Carlos Morillo abril, 2002

El monólogo deja de ser yo flotante
para ser dialogo puro,
orquesta de sombras corales
más allá de su constante pérdida.

En cada mundo existe un ángel
que reúne sus despojos,
como el sol al borde del ocaso,
para componer con la luz superviviente
una urdimbre de exilios interiores
que lo es todo en mitad de nada.

Se concibe la musculatura
que hace fluir la palabra
contra espejos escritos por babosas
y demonios lenguaraces;
voz apartada del vicio de las cucarachas
ebrias de su barahúnda,
voz alejada de los azucareros
donde sepultamos a nuestras hormigas.

Quimera
es querer ser nota al margen
en esta babel negada a la concordia,
alcoba que se llueve
cuando el calor cuece un pan aristado
de soledad y de rincones.

Las sombras se colmarán con esa luz,
sonata de lluvias y semejanzas,
revelando deseos esenciales
y ecos
desde el íntimo subterráneo,
lóbrego, mecánico e intransitable.

He dejado de odiarme
por un momento
como hace el mar buscando recipientes,
aljibes sedientos de sal
despilfarrada en oleajes,
voces insomnes y días de desvelos. 
Poesía

Nombre:
Lugar: La Línea de la Concepción, Cádiz, Spain

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