Kalimario
martes, noviembre 29, 2005
  Kalimario 
domingo, noviembre 20, 2005
  Moscas como margaritas negras

Primer Premio III Concurso Guadalmesí de Poesía, 2001

Margaritas ahogadas por la orilla, borde huraño del altar calpense,
como alas de fragilidad consumada y semejante;
negras, como las moscas del descalabro entre rocas y oleajes;
negras flores braceando hasta morir desde la orilla tingetana.
Diminutos funerales como alarmas sordas, mudas y podridas,
entre sintonías entumecidas de salitre y niebla impune.
Desde detrás de la montaña azul, ayer hermosa Abyla,
arriba la canción desmigada de la flaca molienda,
indigente amasijo ante ojos de luces derramadas.

La muerte clava sus escuálidas banderas,
vocifera epidemias, entona himnos hambrientos;
culebrea por los párpados vencidos.
Las heridas cauterizan con apósitos de insectos.
La tierra duerme rojiza y verde, promiscua, puteada e infecunda.
Estrago verde entre palmeras y serpientes, panteras y primates.
Huele a curtido, a pandero muerto, entre los esqueletos disfrazados de piel.
Gime, berrea una sonrisa feroz como una estrella loca;
idiota como el hambre hacinada sobre los huesos y el olvido.
No gusta el alacrán de esos aliños ni soportan sus guaridas las desgracias.

La realidad se evade, huye de su dolor trasparente.
De las migas de la mansa batida, festín áspero,
nacerán aquí moscas como margaritas sorprendidas
ante una estación fantasma, de ilegítimos albores;
una primavera tumefacta,
eclosión podrida, envenenada, despreciada por marrajos y ratones.

Moscas, endrinas de todos los cadáveres;
moscas de todos los días por orillas de tingetas y calpenses.
Margaritas negras, inevitables, pertinaces,
que lamiscan el trazo desfallecido de los ángeles.
Moscas, como pétalos de parca, sobre cuerpos sin alas
arrojados a una paz ciega de baraka y mal bajío.

Amanece el neón, hipotecado como luz solar,
al borde del veneno y el subsidio, del kif y del cubata.
Amanece el oropel del cuché y editoriales
chorreando verdad y publicidades,
alumbrando ángeles amortajados de moscas voraces y aguerridas.

Exequias golosas por el borde de las llagas,
sorben hambrientas las últimas lágrimas frías,
hurgan por las saladas comisuras muertas,
entumecidas de Estrecho, perseguidas, desechas

Entre niños de abultada mirada y descarnadas articulaciones,
entre pechos que no son tetas ni ubres maternas
sino inquietos guiñapos que claman arrepentidos de ser,
llega un duelo de margaritas negras,
de moscas con un verde aliento de leopardo y de babuino.
Aúllan las moscas entre las flores del infortunio.
Los ángeles, espantando sus moscas, buscan frescas margaritas;
buscan un mundo posible que se nos esfuma por no saber soñarlo.

El Estrecho quisiera volar, huir,
rechazar la caricia del planeta por su barriga.
Quisiera ser río por desembocar su paz en una playa de pescadores;
y pastorear delfines, rechazar cormoranes, asustar veleros con su neblina;
jugar a ir y venir trayendo olas, lenguas, músicas,
mensajes en botellas de colores;
volver a emborrachar a un coro de ángeles cantores
de chacarrá y chirimías en verbena de galones y viseras,
farfullando muecines, campanarios y folclores.
Quisiera hacer surcos entre sus olas y sembrar inocencia, puras margaritas. 
  Chuflas encadenadas

Convocados en conclave supremo,
los poetas, trovadores y rapsodas,
airadas sus rimas contra el blasfemo,

bestia negra, enemigo de las odas,
pronunciaron sonetos de anatema
y abjuraron del yugo de la moda.

Acordaron renovar forma y temas
ante el fuego sagrado del parnaso.
Crepitaban las llamas en fonemas,

bebieron, o fumaron, según casos,
hasta pulir las rimas del prefacio
halladas en el fondo de los vasos.

Convencidos con halagos los reacios,
promulgaron tercetos de condena
y horror ante versos a doble espacio

pedidos con viciada cantinela
en las bases de poéticos concursos
y en rutina tomada como buena. 
  Entre la estrella la sombra

Publicado en Guadalmesí núm. 24 octubre 2003
A los amigos de entonces, de siempre...


Exprimimos la luz en nuestras copas.
Bebimos sol bajo el azul inmenso,
cantamos bajo las estrellas coplas
de grumete ebrio de luz y de viento.

Doradas brotaron de nuestras bocas
quejas al aire, jirones de versos
con la voz clara y las limpias estrofas
de nuestros poetas mayores, aquellos

que abrieron celdas a claveles presos
e incendiaron la escarcha con la voz
de la calle y de los valientes pechos.

Bebimos su oro y el verso de amor,
futuro ideamos soñando despiertos,
urdimos poemas contra el dictador.

Juntamos flores del mar con luceros,
ramos nocturnos, ardientes e inquietos.

Bebíamos, hasta la hora en que el sol salía de nuevo,
el anís de viejas coplas en vasos de café negro,
hasta que una luna loca mostrara sus dulces pechos
y en murmullo, a flor de boca, sus leyes de oro y de fuego.
Al clarear que al nardo asombra con los jazmines en celo,
borrachos de nácar y olas en juveniles reflejos,
arrancamos a la aurora espumas de encrespado verso
desde el temblor de la rosa y del clavel entreabierto
a la inocencia que implora verdad, libertad y besos.

Los poemas como caballos y como yeguas las coplas
en alas de cantautores, poesía de boca en boca,
flores de nocturnos ramos, voz que a la amistad convoca.
Calendario de idealismo en madrugada sonora
y en coros del libre canto entre la estrella y la sombra

Juglares de la alborada, ebrios de vino y de rosas:
se esfumaron los cantares, se los llevó la resaca.
Mirad como el mar galopa y tenaz aún proclama
el valor de su coraje a la indiferente roca,
que a su oído bate y canta la espuma que le provoca.

Enero, 2004 
  Palabras turbadas

Publicado en Guadalmesí, núm. 24 - octubre 2003


Hablar con un moribundo
es vestir con cartones la palabra,
descubrir lo acre del aliento;
por un reseco jardín sin azules
vislumbrar estrellas imposibles
y ver, a pleno día,
su risa más ciega, la más amarga.

Desde un cielo de cenizas humeantes
se desploman carbones en ascuas,
perturbada luz
que quema la trivialidad pensada.

Conversación liviana,
sin fronteras ni destino.
Es banal la charla, torpe y ronca;
la palabra naufraga en un perdido océano
sin olas,
ya seco, ya solo, ya entregado
al silencio sin aplomo.
No quedan palabras vivas,
muertas están o aspirando lagrimas.

El aliento busca un aire
y el mundo se queda en calma;
ni sopla un inútil viento.
Estancado charco, desangelado,
desvaídas esperanzas,
reojos de mirada extraviada, opaca.

Se adivina la ausencia,
el territorio desolado y prometido;
ojos sin luces, voces sin salida.

Hablar con un moribundo
es sentarse en la temida orilla,
temblar, no decir nada
con palabras amorosamente escogidas. 
  Lo nuestro es subir, otoño

a propósito de “El exquisito cadáver de la rosa”
de Juan Emilio Ríos Vera. Mayo, 2003

Antes que la voz fue el aire
enamorado de luces y olores,
eterna médula multiplicada
por las frondas de pasión y cordura
hasta el espíritu de las cerezas
cultivado en la nieve florecida.

Todo asciende y todo trepa
por las escalas gloriosas de abril
y las mayas mañanas del aroma,
sí, hasta la fragancia hija del color;
pero lo nuestro es subir, otoño,
por lianas en flor hasta los cielos,
por la enramada vida en la clausura
que valerosa nombra a cada cosa
con su aire de rosa o de espina.

Nunca hubo exceso en el silencio
ni en el feraz licuar de las voces
desde el pétalo innombrable
al rusiente verso de voz en brotes.
La lengua que ha de ser tierra
extasiada a la rosa flor proclama,
terrena y desnuda de quimeras,
pero cuerpo celeste de rojo andariego.

Nada sobra en el cuerpo del aire,
nada falta en el cerebro jardinero
que sin ser arriate ni maceta
se nutre con la gloria en desmesura
del aliento enamorado de la vida.

Busca el idioma esencia entre las hojas,
hace coronas de laurel y genio.
Sólo buscando el nombre exacto,
intelijencia,
escrutamos por los estrictos ramos
nunca por la esencia en pálpito y alerta
con el presagio de quien ve, piensa y cuenta
los mil nombres exquisitos de la rosa,
su color, cada color, su agua, cada una.

Nadie a solas habla ni solo aspira
la concreta maravilla de no estar muertos
y de pulir el color afinado de la rosa
desde el silencio al atrevido verbo. 
  A propósito de”Isla de Silencios”
de Miguel Vázquez García. mayo, 2002


“Tú que consagras la creación del verbo
no condenes mi isla a los silencios
no alejes mi poética del parnaso
y hagas de mí puro desprendimiento”

Y que sea el aire, ese aire,
aire surgido del caos,
fluido por sábanas cantoras de salmos,
suspiros y cantatas de serena pureza,
que se prostituya apuntalando lo innombrable:
a ese fantoche de trágica madera,
ajeno a la llamada del sollozo semejante.
A ese rey bufo, sansebastianizador
del militante desprendimiento,
en un parnaso de lluvias seculares,
de sortílegas palabras,
epifanía jubilosa de la nata carnal
no nacida aún al aire que la espera.

Y que sea el aire, ese aire,
convertido en patíbulo al vacío,
entierro colmado de estrellas,
de rojos goterones por el azul ultrajado.
El mismo aire consagrado por Neruda,
máxima aurora de los paraísos australes
e islas pobladas de silencios por siempre,
por estar para contarlo en sueños,
en duermevela de arañazos y olas afiladas,
ante el estrago a la palabra al amor debida
y ante ángeles muertos en los estadios,
despojados de su divinidad y de su voz.

Y que sea el aire, ese aire,
sábana de inaplazables cópulas,
desde Bóreas elemental, trascendente,
el que sostenga el espadón
del gusano fratricida, reprobado
y reclamado por un poeta acuático
despeinado por el aire, ese aire,
corona y cabellera, pensamiento
y quebranto del compañero presente,
resistente, que no huye hacia la ausencia
y en su noche es ferrocarril, torrente,
imantada cordillera que no calla,
lengua de piedra concedida y convocada.

Y que sea el aire, sí, ese aire,
el que enseñe a decir como un oboe dice
y a pulsar como la lira que el ciego pulsa,
que palpa escalas y las sube
con la púa y tacto que ve lo que canta
por propagarlo por el aire, ese aire,
gaditano de alegrías y de tangos,
de décimas y zambas de la esperanza
amanecida en sierras,
bahías, vientres iluminados;
y no ese aire de mortaja y asesinato
que ensarta corazones y gargantas
con vara enroscada de dorados robles.

Y que sea el aire, ese aire...
Sí.
Andamio para los suspiros del dolor
y coplas vulneradas por la infamia;
aire de la poética a todo trance,
en que nos asistan ángeles
conocedores del canto-noche,
que no callan la Historia y la Cantata,
Crimen General de América Latina,
continente tan nuestro en el dolor
y en el aire...
Ese aire como nuestra herida de ser seres
aire de palabras como espuelas y claveles en verbo,
memoria, son y uvas de desprendimiento,
Miguel. 
  JGM envía postales a FGL

Publicado en Guadalmesí, núm. 24 - octubre 2003

a propósito de “La sonrisa del sándalo”
de Juan Gómez Macías abril, 2002


Desde el alero boquiabierto,
pestaña de un cielo dubitativo,
bajan guirnaldas pacíficas y magistrales.
- alternan onduladas muecas de llanto y risa
con sándalo ritual de flor y légamo -

Desciframos las partituras
del silencio amado por los músicos,
indagamos por la cacharrería de los albores
tras un gozo de armonías diáfanas
y crótalos cantables.
El cieno reconoce el temblor del pétalo
en la aurora que él nos enseñó,
jubiloso de espliego y toronja cristalina,
con la blancura pequeña
que aureola de jazmín los hemisferios.

Que bajo el lodo florece la rosa,
lo sabemos,
entre sorbos de espera enhebrada
con la plata de un saxofón en alerta.

El sigilo trotará fiel al escándalo del oropel,
falso metal que miente y desfigura. Siempre.
La idea despierta a sus eternos torrentes y vuela,
siempre,
en racimos llevados por palomas,
manos oferentes de un vino humilde
y generoso en copas de espinas en concordia.

Nombremos a cada instante por su nombre
hasta perder el eco de los nuestros
como los jilgueros que se abrazan a una estrella
por el vientre sin caminos de los fangos.

El incendio del olvido alumbra huellas
por las ramas de un noviembre florecido.
Siempre huirán los grillos del metálico sonsonete
al borde del confín de los arpegios
que inmolan la pulcritud del equipaje.
La silenciada zumaya ausculta
el abandono encubierto de un Víznar mutilado.

Di a Federico que nos une apuntalar la idea
amenazada por la ruina de siempre;
pero que designamos la eclosión de la rosa
en la hora precisa de los lirios
bajo la ceñuda algarabía
cegada con charoles de alma ausente.
Dile que está la espina concitada
a entender el latido de las rosas
blancas,
siempre blancas de exactitud sin fronteras
en manos limpias entre el lodo.
De eso se trata.

Él te oye, tú sabes hablarle;
dile que no hay expiración yerma,
que su aire final asiste a los suspiros de hoy
con la infalible fragancia del alba
entre rosas nuevas y desgarros inevitables.
Voces, ecos... coros. 
  A propósito de “El origen de los desvelos”
de Carlos Morillo abril, 2002

El monólogo deja de ser yo flotante
para ser dialogo puro,
orquesta de sombras corales
más allá de su constante pérdida.

En cada mundo existe un ángel
que reúne sus despojos,
como el sol al borde del ocaso,
para componer con la luz superviviente
una urdimbre de exilios interiores
que lo es todo en mitad de nada.

Se concibe la musculatura
que hace fluir la palabra
contra espejos escritos por babosas
y demonios lenguaraces;
voz apartada del vicio de las cucarachas
ebrias de su barahúnda,
voz alejada de los azucareros
donde sepultamos a nuestras hormigas.

Quimera
es querer ser nota al margen
en esta babel negada a la concordia,
alcoba que se llueve
cuando el calor cuece un pan aristado
de soledad y de rincones.

Las sombras se colmarán con esa luz,
sonata de lluvias y semejanzas,
revelando deseos esenciales
y ecos
desde el íntimo subterráneo,
lóbrego, mecánico e intransitable.

He dejado de odiarme
por un momento
como hace el mar buscando recipientes,
aljibes sedientos de sal
despilfarrada en oleajes,
voces insomnes y días de desvelos. 
Poesía

Nombre:
Lugar: La Línea de la Concepción, Cádiz, Spain

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