Kalimario
domingo, noviembre 20, 2005
  A propósito de “El origen de los desvelos”
de Carlos Morillo abril, 2002

El monólogo deja de ser yo flotante
para ser dialogo puro,
orquesta de sombras corales
más allá de su constante pérdida.

En cada mundo existe un ángel
que reúne sus despojos,
como el sol al borde del ocaso,
para componer con la luz superviviente
una urdimbre de exilios interiores
que lo es todo en mitad de nada.

Se concibe la musculatura
que hace fluir la palabra
contra espejos escritos por babosas
y demonios lenguaraces;
voz apartada del vicio de las cucarachas
ebrias de su barahúnda,
voz alejada de los azucareros
donde sepultamos a nuestras hormigas.

Quimera
es querer ser nota al margen
en esta babel negada a la concordia,
alcoba que se llueve
cuando el calor cuece un pan aristado
de soledad y de rincones.

Las sombras se colmarán con esa luz,
sonata de lluvias y semejanzas,
revelando deseos esenciales
y ecos
desde el íntimo subterráneo,
lóbrego, mecánico e intransitable.

He dejado de odiarme
por un momento
como hace el mar buscando recipientes,
aljibes sedientos de sal
despilfarrada en oleajes,
voces insomnes y días de desvelos. 
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