Kalimario
jueves, marzo 12, 2015
  Juanito Maravillas
Juanito Maravillas
A principios de los 50 del siglo pasado, llegó a La Línea Juan García Alcalde, y llegó para quedarse. Nacido en Villaviciosa, Jaén, ya traía puesto el nombre que le dio fama: Juanito Maravillas. Venía curtido en mil funciones por los escenarios de España junto a los mejores cantaores de la época. Traía un don, un privilegio que concede la Gracia a las criaturas que van por la vida cantando. Y cantando, en La Línea desplegó su arte, un arte antiguo y profundo que vibraba en su garganta con los diapasones floridos de su voz característica; con su manera personal de entender este arte nuestro que llamamos Flamenco. Y, aquí con su arte, conoció a Teresa, y con Teresa afirmó los cimientos de una familia. Con su arte llegó y con ese arte permaneció en La Línea… hasta hoy.
Juanito Maravillas vino de una España cenicienta y abatida que, en aquélla época de fritanga y pirriaque, encendía las diablas de un arte monumental en un despliegue por los teatros de toda la geografía; un arte que iluminó durante décadas las vidas y los milagros por vivir. Llegó a una ciudad que, a pesar de los apagones y las estrellas de carburo, brillaba con una luz que la diferenciaba. La Línea, distinta y arrebatadora, era entonces aquélla ciudad que fue la nostalgia de nuestros mayores. La mejor ciudad del mundo, el mejor sitio para vivir. Bullicio, alegría, futuro; y en los claroscuros de la época, chorros vitales a todas horas... Todo lo absoluto que un día se hizo relativo. Aquella ciudad, amante del arte y de los artistas, encandilaba a propios y extraños con un sentido muy peculiar de su existencia entre dos mares, y a la sombra del Peñón. Una ciudad con una gran personalidad, restos quedan, que hizo suyo a Juanito Maravillas para siempre. Y él encontró en La Línea su lugar y su destino. Juan García Alcalde, el Juanito Mantola de Villaviciosa, fue, y es, un linense "con el sol como divisa". Un linense que derrochaba su don y, con su personalidad, vivía el Cante Flamenco; un arte andaluz que en aquél entonces primaba sobre todas las cosas. Entró a formar parte, por derecho propio, de esa amplísima galería de artistas y aficionados linenses; a experimentar este gusto por la vida y ese derroche de sal, alegre y viva, que destilaban las calles de La Línea; y que fue la admiración de los vecinos y de aquellos que se acercaban imantados.
Si Maravillas venía de la alta escuela de los Pavón y de Vallejo, de Marchena y Valderrama; desde la pontifical Villa Rosa entre grandes figuras del cante, del baile, de la guitarra, vino a quedarse en La Línea, a ser linense. Desde las tabernas y tablaos, desde teatros y plazas de toros de toda España, desde reuniones de cabales o profanos, hasta las recogías en el Tánger, o el Chiquilín, o el Agua Pato. Alternaba sus giras por toda España con las estancias en La Línea, en su casa, en su pueblo... Cantando por su pueblo, participó en innumerables festivales benéficos en el Parque o en el Trino Cruz… Abundaban artistas, y aficionados, que compartieron escena con Juanito Maravillas, entre otros Brillantina, Paco Torrejón, El Terry, Agustín Pol, Manolo el Chófer, con la guitarra del maestro Vargas, de Juan Mesa; además de las actuaciones de elenco en el Amaya o en el Cómico, en funciones que eran muy frecuentes entonces con los artistas más prestigiosos del planeta cantaor.
Si Maravillas traía en la médula a sus maestro vivos, Marchena, Valderrama, El Pinto, El Mojama, y tantos estilistas del fandango que pululaban por aquella España de tronío y penuria, de descorche y señorío; aquí se encontró entre artistas de gran solidez como Chato Méndez, La Paca, Los Jarritos, y El Chaqueta al frente de su corte de sabios del Cante… Y con un Dominguillo, nuestro Domingo Gómez Sodi, que le fue arrimando letras como quien va echando ramitas de romero a una hoguera que no iba a consumirse jamás.
Maravillas conocía todos los palos del flamenco, había escudriñado y llegado a la almendra del Cante, unas veces dulce y amarga otras. Conocía los registros musicales del flamenco, no le faltaron los mejores maestros. Ni detractores que consideraban al fandango como un arte menor, un cante chico. Esos aficionados, buenos sin duda, cabales sólo por sus preferencias, que buscando la grandeza del Cante no oyen la grandeza de quien lo canta. Yo he tenido la suerte de oírle cantar por “to lo jondo”; él conocía los estilos y las maneras de los pontífices del cante. Juan, nuestro Juanito Maravillas, tenía un talento musical que sólo otorga la Gracia a sus hijos más queridos. Se paseaba por la calle Real con unos Tientos o con una Seguiriya, con Tangos o con Soleares, lo mismo que hacía galas por toda España con Vidalitas, Milongas, Guajiras y Fandangos, “jondos” o ligeros, esos llamados fandanguillos que tanta fama le dieron. Pero el Maravillas, desde su talento chispeante, sabía cuál era su cante y encontró su propia dignidad. Cumplió con el deber sacrosanto de todo artista: Buscar hasta encontrar su propia voz y sustentarla en su estilo. Lo mismo que encontró en La Línea su escenario más grande, el de la Vida ante este milagro de claridades sonoras mirando a los mares, aunque sea de noche. Entre sierra Carbonera y el peñón de Gibraltar, iluminado con este cielo y con la calidez de la acogida linense, elevó su personal edificio musical. Y elevó con su Teresa, y con sus hijos Dora, Concha y Juan, un recinto afectivo, un refugio tras la constante y a veces dura briega con los imponderables mihuras que acechan en las esquinas y reboticas de cada actuación. Y aquí, entre nosotros, disfrutó del respeto y la consideración en la misma medida que él profesó por La Línea y por su gente. Esa combinación perfecta no podía fallar.
Es de justicia que su memoria se vea glorificada hoy con este honor. Juan García Alcalde, nuestro Juanito Maravillas, se sentiría gozoso. Habrían acudido aquí, con nosotros a este salón de plenos, todos los grandes artistas que en su mundo fueron; salidos de los rancios carteles que ilustran la historia del Cante, para rendirle homenaje y reconocimiento. Y él, con su voz de hedonismo exultante, henchido de alegría, nos dedicaría un cante eterno con el melodioso prodigio de los ángeles que saben cantar los cantares de Andalucía… No sin antes exclamar su grito jubiloso y vitalista:
¡Que aquí no falte Gloria! Gloria a ti Maravillas.

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Poesía

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Lugar: La Línea de la Concepción, Cádiz, Spain

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