Juanito Maravillas
Juanito
Maravillas
A principios de los 50 del
siglo pasado, llegó a La Línea Juan García Alcalde, y llegó para quedarse. Nacido
en Villaviciosa, Jaén, ya traía puesto el nombre que le dio fama: Juanito
Maravillas. Venía curtido en mil funciones por los escenarios de España junto a
los mejores cantaores de la época. Traía un don, un privilegio que concede la
Gracia a las criaturas que van por la vida cantando. Y cantando, en La Línea desplegó
su arte, un arte antiguo y profundo que vibraba en su garganta con los
diapasones floridos de su voz característica; con su manera personal de
entender este arte nuestro que llamamos Flamenco. Y, aquí con su arte, conoció
a Teresa, y con Teresa afirmó los cimientos de una familia. Con su arte llegó y
con ese arte permaneció en La Línea… hasta hoy.
Juanito Maravillas vino de una
España cenicienta y abatida que, en aquélla época de fritanga y pirriaque,
encendía las diablas de un arte monumental en un despliegue por los teatros de
toda la geografía; un arte que iluminó durante décadas las vidas y los milagros
por vivir. Llegó a una ciudad que, a pesar de los apagones y las estrellas de
carburo, brillaba con una luz que la diferenciaba. La Línea, distinta y
arrebatadora, era entonces aquélla ciudad que fue la nostalgia de nuestros
mayores. La mejor ciudad del mundo, el mejor sitio para vivir. Bullicio,
alegría, futuro; y en los claroscuros de la época, chorros vitales a todas
horas... Todo lo absoluto que un día se hizo relativo. Aquella ciudad, amante
del arte y de los artistas, encandilaba a propios y extraños con un sentido muy
peculiar de su existencia entre dos mares, y a la sombra del Peñón. Una ciudad
con una gran personalidad, restos quedan, que hizo suyo a Juanito Maravillas para
siempre. Y él encontró en La Línea su lugar y su destino. Juan García Alcalde,
el Juanito Mantola de Villaviciosa, fue, y es, un linense "con el sol como
divisa". Un linense que derrochaba su don y, con su personalidad, vivía el Cante
Flamenco; un arte andaluz que en aquél entonces primaba sobre todas las cosas.
Entró a formar parte, por derecho propio, de esa amplísima galería de artistas y
aficionados linenses; a experimentar este gusto por la vida y ese derroche de
sal, alegre y viva, que destilaban las calles de La Línea; y que fue la
admiración de los vecinos y de aquellos que se acercaban imantados.
Si Maravillas venía de la alta
escuela de los Pavón y de Vallejo, de Marchena y Valderrama; desde la
pontifical Villa Rosa entre grandes figuras del cante, del baile, de la
guitarra, vino a quedarse en La Línea, a ser linense. Desde las tabernas y
tablaos, desde teatros y plazas de toros de toda España, desde reuniones de
cabales o profanos, hasta las recogías en el Tánger, o el Chiquilín, o el Agua
Pato. Alternaba sus giras por toda España con las estancias en La Línea, en su
casa, en su pueblo... Cantando por su pueblo, participó en innumerables festivales
benéficos en el Parque o en el Trino Cruz… Abundaban artistas, y aficionados, que
compartieron escena con Juanito Maravillas, entre otros Brillantina, Paco
Torrejón, El Terry, Agustín Pol, Manolo el Chófer, con la guitarra del
maestro Vargas, de Juan Mesa; además de las actuaciones de elenco en el Amaya o
en el Cómico, en funciones que eran muy frecuentes entonces con los artistas
más prestigiosos del planeta cantaor.
Si Maravillas traía en la
médula a sus maestro vivos, Marchena, Valderrama, El Pinto, El Mojama, y tantos
estilistas del fandango que pululaban por aquella España de tronío y penuria, de
descorche y señorío; aquí se encontró entre artistas de gran solidez como Chato
Méndez, La Paca, Los Jarritos, y El Chaqueta al frente de su corte de sabios
del Cante… Y con un Dominguillo, nuestro Domingo Gómez Sodi, que le fue
arrimando letras como quien va echando ramitas de romero a una hoguera que no
iba a consumirse jamás.
Maravillas conocía todos los
palos del flamenco, había escudriñado y llegado a la almendra del Cante, unas
veces dulce y amarga otras. Conocía los registros musicales del flamenco, no le
faltaron los mejores maestros. Ni detractores que consideraban al fandango como
un arte menor, un cante chico. Esos aficionados, buenos sin duda, cabales sólo
por sus preferencias, que buscando la grandeza del Cante no oyen la grandeza de
quien lo canta. Yo he tenido la suerte de oírle cantar por “to lo jondo”; él conocía
los estilos y las maneras de los pontífices del cante. Juan, nuestro Juanito
Maravillas, tenía un talento musical que sólo otorga la Gracia a sus hijos más
queridos. Se paseaba por la calle Real con unos Tientos o con una Seguiriya,
con Tangos o con Soleares, lo mismo que hacía galas por toda España con
Vidalitas, Milongas, Guajiras y Fandangos, “jondos” o ligeros, esos llamados
fandanguillos que tanta fama le dieron. Pero el Maravillas, desde su talento
chispeante, sabía cuál era su cante y encontró su propia dignidad. Cumplió con
el deber sacrosanto de todo artista: Buscar hasta encontrar su propia voz y
sustentarla en su estilo. Lo mismo que encontró en La Línea su escenario más grande,
el de la Vida ante este milagro de claridades sonoras mirando a los mares,
aunque sea de noche. Entre sierra Carbonera y el peñón de Gibraltar, iluminado con
este cielo y con la calidez de la acogida linense, elevó su personal edificio
musical. Y elevó con su Teresa, y con sus hijos Dora, Concha y Juan, un recinto
afectivo, un refugio tras la constante y a veces dura briega con los
imponderables mihuras que acechan en las esquinas y reboticas de cada actuación.
Y aquí, entre nosotros, disfrutó del respeto y la consideración en la misma
medida que él profesó por La Línea y por su gente. Esa combinación perfecta no
podía fallar.
Es de justicia que su memoria
se vea glorificada hoy con este honor. Juan García Alcalde, nuestro Juanito
Maravillas, se sentiría gozoso. Habrían acudido aquí, con nosotros a este salón
de plenos, todos los grandes artistas que en su mundo fueron; salidos de los
rancios carteles que ilustran la historia del Cante, para rendirle homenaje y
reconocimiento. Y él, con su voz de hedonismo exultante, henchido de alegría,
nos dedicaría un cante eterno con el melodioso prodigio de los ángeles que
saben cantar los cantares de Andalucía… No sin antes exclamar su grito jubiloso
y vitalista:
¡Que aquí no falte Gloria!
Gloria a ti Maravillas.
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