Voces ácimas
a D. Solomón Seruya,
y a la comunidad sefardí de Gibraltar
Sueña el gris descifrar cábala
y canon,
la alquimia de la voz del
universo
prendida en candelabros de
promesas,
entre libros sagrados y un
destino.
Lamento y gozo en cantos de
masora
salvados con semillas y
candiles.
Son los huidos rubíes del
patrio acervo
en este oasis de luz y pie
nativos;
en la gris geometría,
sangre en diáspora,
la historia y la esperanza en
sus veneros
con luces de su estrella inextinguible.
Esta amalgama gris es su
morada,
su regazo y refugio
despejado.
Solamente sus hijos en
vigilia,
el ave que en sus ramas
hace el nido
y el romero que viste su
esqueleto,
verán la plenitud de sus
racimos
aunando uvas y agraces, luz
y sombra,
cuando alcance el idioma su
frescura,
madure la concordia en las
viñas
y ofrezcan manantiales al
desierto.
Doradas y grandiosas las
trompetas
suenan demoledoras de
murallas
con aromas de gálbano en
aljibes
que riegan la certeza de la
sed.
Pero si logras ver en sus
señales
la antigua herencia al son
de su macor,
verás las cicatrices del
estigma
por el celoso rito del su ley.
Han oído la voz ácima en versículos
ante el altar sagrado entre
dos mares,
y al cantor en cerrada geografía.
Han oído el cataclismo, sus
rigores;
la airada turbamulta de la cólera,
arquivolta vibrante en la
memoria
con voces en rescoldos y
pan dulce.
Han oído por las plazas de
la mar
a músicos que tocan ante
fuentes
al caer la tarde lúbrica y
descalza
en incendios con mechas de
holocausto;
y el corazón a toda hora
vigía
con tiara terrenal y vasos
puros.
Han oído y aprendido, han
afinado
las luces del destierro y
sus cristales
con diapasones vivos en la
aurora,
en oriente iniciados y
entre enjambres
con las ceras y mieles de
armonía
bajo el sol de este gris en
menoráh.
Han visto al sol bailar su
danza orfebre
hasta dorar la copa del
chaparro,
cuando un poniente de
agrios naranjales
revive las hogueras ya
extinguidas.
Han visto sus sortijas y
sus broches,
sus ajuares, sus libros y
palomas
esparcidos con armas y
banderas;
la mirada en pavesas, roto
el salmo.
Han visto al Justo sol
abrir sus ojos
para honrar a los hijos de
la arena,
expósitos inermes en la
orilla,
hermanos del repudio, y en
su mapa.
Aquí, en el gran confín de
Sefarad.
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